— ¿Yo? — Soltó una carcajada — ¿Gustarte? Por favor— dijo irónico
—A ti te gustan los engreídos, creídos, esos, vestiditos formalmente con dinero, popularidad y autos deportivos— describió con exactitud a José.
—Tú, me critícas mucho sin si quiera conocerme Ginoble.
—No necesito conocerte más para saber cómo eres— contestó seguro.
—Ya te lo dije Gianluca— mientras me acercaba lentamente a sus labios.
—Voy a hacer que te tragues tus palabras— susurré sobre sus labios, los cuales entre abrió esperando que lo besára. Pero al contrario, lo solté y de un brinco baje el escalón sacándole la vuelta y caminé hacia la puerta.
En segundos Adriana y Marko bajaron las escaleras.
— Gianluca — dijo el pequeño — ¿Puedo ir a casa de Demian?—
-Perfecto tendríamos la casa para nosotros solos- pensé
—Está bien, pero pasaré por ti después de que pase por Adriana a su fiesta— le dijo y Marko sonrió.
—Lindos pies descalzos — dijo Marko riendo
—¿Lo ves…?— alargue dirigiéndome a Gianluca —Tú eres el único que no los aprecia. — le reclamé.
—Si claro— dijo sarcásticamente —Bien sabes que te estás muriendo por ponerte tus zapatos — Y tenía razón.
Después de detenernos en una tienda para comprar un regalo, dejamos a Adriana en la fiesta de cumpleaños y a Marko en casa de su amigo.
La fiesta terminaba a las 10 de la noche, así que tendríamos casi 5 horas y media solos.
Regresámos a la casa de Gianluca y al entrar a la sala me sorprendió con su pregunta.
— ¿Cuánto fue de lo de Adriana?— preguntó sacando su billetera de la bolsa trasera de su pantalón.
—No fue nada— deje mi bolsa en uno de los sillones de la sala.
—Fue un regalo que yo le hice a Adriana— era verdad, además yo creo que Gianluca se infartaría con la cuenta, cualquier persona lo haría. Excepto mi madre que tiene cosas más importantes que hacer que revisar en que uso mi tarjeta.
—¡Claro que no!— dijo serio —Te lo pagare ¿Cuánto fue?— preguntó nuevamente
—Ya te lo dije.
—Si estas tratando de quedar bien, no lo vas a lograr comprando a mi hermana— me señalo con su dedo índice.
—Es de mala educación señalar a las personas— baje su mano con la mia —Y no— reí —No estoy tratando de quedar bien, y mucho menos tratando de comprar a tu hermana.
— No mentía —Además ¿por qué me interesaría quedar bien contigo? ¿Quién te crees?— levanté mi ceja izquierda.
— ¿Lo ves?— hablo y dió un paso hacia mí
—Primero me besas, te dejas, te beso, te “ofendes”, me provocas y huyes..— seguía acercándose a mí y por ende comencé a retroceder —Dices que soló tú puedes jugar conmigo. Luego te gusto y ahora no soy nadie importante—
Su mirada era bastante intimidante -Estúpida pared, como te atreves a evitarme el paso- ya no podía retroceder más
—Ves porque te considero una hueca, egocéntrica, que sólo piensas en lo que tu quieres y lo que te conviene, que…— no lo deje seguir con mis “defectos” y como otras veces lo tomé del cuello y lo atraje a mí, sólo que ahora yo marcaba el ritmo evitando que notara mi inseguridad ya que no estaba muy confiada de que me siguiera pero al parecer me equivoque, pegó su cuerpo al mío, tanto que ni la más mínima corriente de aire era capaz de pasar entre nosotros, sus manos se posaron en mi cintura sosteniéndome con firmeza.
Su lengua se introdujo abruptamente en mi boca, el roce de su carnosos labios con los míos era algo delirante. El abastecimiento de oxígeno en mis pulmones comenzaba a disminuir. Me separé de sus labios tratando de recuperar la mayor cantidad de oxígeno posible, heché mi cabeza hacia atrás dándole el acceso total a mi cuello, el cuál con desenfreno comenzó a besar volviéndome totalmente loca.
Regresó a mis labios, rosaba, mordía, succionaba, hacía con ellos lo que le placía, y por mí, no había problema alguno. Una de sus manos que masajeaban mi cintura mortalmente comenzó a bajar hacia mi cadera hasta llegar a mi pierna, alzo esta a la altura de su cadera, en automático entendí y me sujete de su cuello, sin nunca separar nuestros labios me levanto como si pesara menos que una pluma, rápidamente forme una llave con mis piernas alrededor de su cintura para evitar ser atraída hacia el piso.
Seguía besándome de esa manera tan intensa y única. ¿Pero cómo podía causar tanto en mí con un simple beso? Eran increíbles las sensaciones que me hacia experimentar.
Una de mis manos se mantenía en su nuca, atrayéndolo hacia mí dándole mayor profundidad al pasional beso, además me aseguraba de que no se alejara de mis labios, aunque dudo que este pensamiento le pasará por la mente.
Su lengua recorría cada centímetro cuadrado de mi boca, robándose por completo mi abastecimiento de oxígeno, no podía más, era seguir con ese beso y prácticamente morir.
Mi otra mano se encontraba en su mejilla, subí está haciendo hacia atrás su perfecto cabello, corrí mi rostro unos centímetros solo para poder respirar, pero él no se detenía. ¿Qué acaso pretendía matarme?
Comenzó a bajar con sus besos por mi mejilla hasta llegar a mi cuello. Por instinto hice mi cabeza hacia atrás, dándole el acceso total a esa zona tan sensible.
Rosaba, mordía, besaba, simplemente hacia lo que le placía conmigo. Asi que era ahora o nunca, más bien era ahora o más delante no poder detenerme.
Lo tome de la barbilla y lo guié nuevamente hacia mis labios y lo besé nuevamente, como si no hubiera mañana.
—Dios, este hombre no puede ser más provocativo- afirmé en mi interior, al mismo tiempo que -en contra de mi voluntad- lo separé de mis labios uniendo nuestras frentes. Abrí lentamente los ojos, ya que aún estaba tratando de controlar mi sistema nervioso.
Sus labios estaban el doble de gruesos y de un rojo cereza. Me había equivocado. Si podía ser más provocativo. Sus ojos color miel me miraban fijamente, más no fríamente como de costumbre, tal vez me arrepentiría de esto.
—…Y te volví a besar— susurré sobre sus labios con un tonó de voz victorioso, antes de deshacer la llave que había formado con mis piernas alrededor de él.
Me bajo esquivando mi mirada, la verdad yo esperaba un ‘¡Lo ves! ¡Ves cómo eres!’ pero nada. Su cara de estupefacción era indescriptible, no sé si era enojo, decepción, fastidio. O tal vez una mescla de todas.
Acomode mi vestido y mi cabello antes de sacarle la vuelta.
— ¿Empezamos con la guía?— pregunté como si absolutamente nada hubiera pasado. Me di la media vuelta para poder verlo, pero él seguía de frente a la pared, y me ponía algo nerviosa. Tal vez había alterado “algo” más que su respiración.
Se dio la vuelta y caminó hacia mí, mis nervios con obvia razón aumentaron. Todo pasaba por mi mente,
—¿Que me hará? ¿Un golpe? ¿Violación?- reí estúpidamente en mi interior por mis tontos pensamientos. Estába a solo unos centímetros de mí, pero no se acercó a mí como yo creía que lo haría, me sacó la vuelta y se dirijo a la mesa que estaba detrás de mí y tomó el enorme paquete de hojas. Tomo la mitad aproximadamente y me lo entrego.
Sonreí y tome las hojas, mi objetivo era hacerlo enloquecer por completo. Y si a la primera le doy el ‘paquete completo’ no serviría de nada.
Además no soy una fácil. En realidad no lo soy, se podría decir que a él le estaba facilitando un poco las cosas y eso porque no veía de que otra manera podría volverlo loco.
Me senté en el sillón donde había dejado mi bolsa, Gianluca también se sentó pero del otro extremo del sillón, no era mucha la distancia ya que era un sillón solo para tres personas.
— ¿Por qué tan lejos?— le pregunté divertida —No muerdo— tomé un bolígrafo color rosa de mi bolsa —…A menos que quieras— volteé a verlo y una pequeña sonrisa comenzaba a asomarse en su rostro, pero al sentir mi mirada la desapareció.
—Oh vamos— alargue riendo —Sé que quieres reírte— le dije y solo negó con la cabeza sin despegar la mirada de las hojas.
—Te vuelvo loco, lo sé— dije entre risas.
—Por qué no dejas de decir tonterias y comienzas a responder las preguntas Zulema Perez— al menos no lo negó, puede ser una estupidez cierta.
Comencé a contestar pregunta por pregunta de la inútil guía,
—Para que nos daban una guía si ni siquiera tendríamos exámen.
—Cada hoja que respondía la ponía a entre Gianluca y yo.
—Si no sabes las respuestas búscalas en el libro— habló nuevamente sin voltear a verme, tal vez creía que las hojas que dejaba entre nosotros eran porque no me sabía las respuestas.
— ¿Quien dice que no las sé?— pregunté girándome hacia él, levantó su mirada y tomó todas las hojas que estaban en el sillón.
Sólo lo observaba mirando las hojas contestadas con tinta rosa.
—Ya te lo dije Gianluca — me observó —Soy más lista de lo que crees.
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